He reflexionado mucho sobre el título y contenido de este post y es que es algo que no nos enseñan (al menos a mí no me lo enseñaron) durante la carrera. Te explican que debes poner distancia con el paciente, no implicarte, incluso hay elementos que ayudan en esa tarea (la bata, una silla distinta, una mesa de por medio…)
Ser paciente es una situación difícil, dolorosa, compleja. Es una situación en la que te encuentras débil, desamparado, vulnerable, y solo. Muy solo. Porque el sentimiento que tienes no lo puede comprender nadie, porque lo duro que es tener que acudir a citas médicas, ponerse medicamentos, estar pendiente de síntomas o de rellenar una gráfica día a día, lleno de ilusiones que pueden truncarse cuando el tratamiento parece «no funcionar» o (en el caso de la infertilidad) no llega tan ansiado embarazo, es duro. Muy duro. Seguro que todos los que me leéis y habéis tenido/tenéis una enfermedad, podéis asentir a este párrafo.
Yo, que como sabéis también tengo una enfermedad crónica, también me identifico con él. Y por eso me veo en la necesidad de escribir acerca de la relación con el médico.
Es fundamental elegir un médico que nos dé confianza, que nos escuche, que nos conozca, con el que podamos establecer un lazo de confianza que además, nos dicen los estudios, es terapéutico. O sea que la relación médico-paciente, cuando es un relación de calidez y confianza, ya es en parte sanadora. Esto es algo en lo que los médicos en particular reflexionamos poco. Y es que nos posicionamos en el cientifismo para hacer un escudo en torno a nosotros, en las publicaciones, en la «ciencia», en «dejar al paciente autonomía y no ser paternalistas», y usamos ideas y cosas buenas para hacer un daño que es alejarnos del paciente. Tratarlo muchas veces como un objeto o como un enemigo que viene a fastidiarme la vida. Muchos de los médicos seguro que se me echarían encima al leer esto pero en la vida real es un actitud que yo he comprobado muchas veces. Hemos perdido la visión del paciente como persona, es más, como persona sufriente. Probablemente como consecuencia de dejar de ver al otro como un «prójimo» y la pérdida del sentido cristiano de la existencia, vemos al paciente como un número más que me aleja de mi hora de comer, tomar café o volver a mi casa. Lamento la crudeza pero yo misma me he visto envuelta en esta espiral que debo confesar.
Confieso también que en la Napro he recuperado mucha ilusión por estar con los pacientes, con dedicarles tiempo (dentro y fuera de la consulta) e incluso por ser amiga (y no ya sólo médico) de muchas de ellas. Esto me da una recompensa que ninguna otra cosa podría pagarme.
Sabemos también que cuando el paciente está a gusto con el médico, hace mejor el tratamiento, hace más caso, y obtiene mejores resultados. Vamos, que compensa que elijas un médico en el que confíes y, además, que te quiera.
Gracias por dejarme ser vuestro médico
Beso fuerte